domingo, 19 de junio de 2011

Relato 1

Mi Masajista  1


Hace algunos meses me sentía muy cansado y decidí darme un masaje para relajarme. Como era sábado, llamé a Sandra, mi masajista, amiga también de mi esposa y le pedí turno en su consultorio para las 11 de la mañana. Yo sabía que solamente hasta las 12 del día trabajan normalmente los sábados en el edificio donde ella atiende. Llegué 20 minutos después de la hora y allí estaba mi masajista Sandra, una mujer de 35 años, alta como de 1.72 Mts., piel trigueña, labios gruesos y cuerpo atlético; bromeaba con Marina, su compañera de consultorio, una odontóloga de 25 años aproximadamente, de cabello rubio y ojos claros. Las dos compartían el sitio desde hacía un año. El Novio de Marina, un ingeniero de 30 años estaba esperándola para ir a almorzar y luego volver a reparar un equipo del consultorio aprovechando la tarde del sábado.
Después de los saludos formales, ingresé al consultorio de Sandra  donde además de una camilla, había un pequeño gabinete con varios cajones y estantes para los equipos y una mesita con un contestador telefónico. Una vez me desnudé completamente y me cubrí mis partes íntimas con una pequeña toalla, Sandra inició su tarea. Al cabo de unos minutos, Patricia y su novio salieron y quedamos solos en el consultorio. Al poco tiempo, sonó el teléfono y Sandra activó el altavoz para contestar y no interrumpir su labor. Era una amiga invitando a Sandra a partir la torta de cumpleaños de otra amiga en una oficina cercana al otro lado de la calle. No puedo ahora, le dijo Sandra pues estoy  con un cliente y todavía no termino. Son solo 15 minutos le dijo su amiga, tu cliente te espera y si lo dudas pues átalo a la camilla para que no escape. Sandra me miró y sonrió, no es mala idea me dijo en voz baja. Bien, allá estaré pero solo unos minutos. Dicho esto, Sandra se quedó pensativa unos segundos y luego de uno de los cajones del gabinete sacó varias pañoletas y las puso en la camilla. Qué vas a hacer?  le pregunté sorprendido. Necesito que me esperes mientras regreso y quiero asegurarme de eso. Mientras respondía ya me estaba atando las manos en los laterales de la camilla. Con dos pañoletas rojas de seda ató fuertemente mis manos en forma tal que era imposible alcanzar los nudos pues los cerró debajo de la camilla. Luego me ató los pies abiertos y extendidos en los extremos de la camilla, usando dos pañoletas blancas, cuyo contacto con la piel me hizo sentir alguna excitación. No es necesario que me ates dije algo preocupado pues nunca me había pasado algo así. Sandra no respondió y se limitó a atarme una pañoleta pequeña en el cuello, unida al tubo superior de la camilla para que no pudiera levantar la cabeza. Estaba totalmente inmovilizado. Sandra solamente sonreía y me miraba burlonamente. Bajo la pequeña toalla, mi pene empezaba a levantarse y Sandra lo notó. Creo que la toalla te acalora mucho, te pondré más cómodo; quitó la toalla y me cubrió con una gran pañoleta de seda roja cuyo contacto suave con mi pene y bolas me hizo tener una fuerte erección. En este momento tomé la decisión de decirle seriamente a Sandra que no continuara pues a las 2 de la tarde mi esposa, quien sabía que iría donde Sandra por el masaje,  me esperaba para ir al cine. Pero justo en ese momento, abrió su cartera, sacó un pañuelo blanco y lo metió totalmente en mi boca, tomó un rollo de cinta adhesiva y cubrió mi boca dando tres vueltas alrededor de la nuca. Estaba amordazado y aunque traté de expulsar la mordaza solo gemidos salieron de mi garganta. Estaba totalmente en poder de Sandra. Listo, regreso pronto y seguimos con el masaje dijo Sandra tomando su cartera, pero cuando ya iba a cerrar la puerta regresó y tomó una pañoleta negra pequeña y la ató sobre mis ojos y luego ató otra pañoleta negra muy grande encima dándole 2 vueltas en la nuca, apretándola muy fuerte. La oscuridad fue total. La espesa venda no permitía ni un rayo de luz. Sandra me acarició la cabeza y salió cerrando con llave la puerta mientras yo luchaba inútilmente con mis ataduras, venda y mordaza. Pasados unos minutos escuché en el pasillo los pasos de las últimas personas que salían de sus oficinas al descanso del fin de semana y luego el silencio fue total. Creo que solo mis gemidos bajo la mordaza eran señal de vida en todo el edificio.
Me puse a analizar mi situación y mis inquietudes crecían, si Sandra se demora? Si se olvida de mí? Si le pasa algo? Podría quedarme atado hasta el lunes. Además, mi esposa me espera a las dos de la tarde y si no llego sería difícil explicarle. Con desespero traté de levantar la cabeza pero la pañoleta del cuello me recordó que mi inmovilidad era total. Empecé a sentir una extraña sensación de excitación y temor. Mi pene rozaba suavemente la pañoleta que me cubría lo que aumentaba mi excitación. No se cuanto tiempo había pasado y de pronto sentí que la puerta del consultorio se abrió y alguien entró. Sentí alivio al pensar que Sandra regresaba a liberarme. Sin embargo, no escuché su voz. Sentí que quien entró estaba al lado de la camilla pero nada decía y solo me miraba. Empecé a luchar con la mordaza para confirmar que era Sandra pero ningún sonido podía salir de mi boca. De pronto sentí que quitaban la pañoleta que me cubría y que la usaban para acariciar mis bolas y el pene. La erección fue total. Mis ojos vendados no solo me tenían en la más absoluta oscuridad sino que me hacían sentir completamente vulnerable y desesperado al no poder identificar a quien me agredía. Juguetearon con mis bolas y pene envolviéndolos una y otra vez con la pañoleta. De pronto sonó el teléfono y se activó el contestador, escuché por el altavoz a Sandra diciéndome que sus amigas no la dejaban regresar todavía pero que no se había olvidado de mí. Creo que Sandra ya había tomado algunos tragos y su voz era de alguien que se divierte mucho. Entonces quién estaba conmigo? Sentí verdadero temor y lo demostró mi lucha contra las ataduras; manos y pies se agitaban con desespero pero inútilmente. Mientras yo luchaba la persona conmigo pasaba la pañoleta de seda por todo mi cuerpo tratando de calmarme. Después de varios minutos sentí movimientos sobre la camilla y luego algo blando empezó a oprimir mi pene erecto; casi al instante entendí que alguien desnudo se sentaba sobre mí, tratando de introducir lentamente mi pene en su ano. ME ESTABAN VIOLANDO. A medida que mi pene entraba con mucha dificultad, sentía  una mezcla de impotencia, indignación y curiosidad. No sabía si el ano que estaba engullendo mi pene era de una mujer o de un hombre. Una vez dentro, mi agresor o agresora inició un movimiento rítmico que duró varios minutos hasta cuando exploté en un intenso orgasmo que de no haber estado amordazado se hubiera escuchado en todo el edificio. Así como llegó, la persona que se aprovechó de mi situación, se marchó silenciosamente, teniendo el cuidado de taparme nuevamente con la gran pañoleta de seda. Yo me quedé exhausto y me dormí hasta cuando sentí abrir nuevamente la puerta del consultorio. Esta vez sí era Sandra, quien con algunos tragos encima se disculpó por la tardanza, me desató y terminó de darme el masaje. Eran las 6 de la tarde; me dolían los brazos y el pene estaba adolorido. No le dije nada a Sandra y hasta hoy no sé quien fue mi agresor. Marina? El novio de Marina? O mi esposa en complot con Sandra,  pues ella no me reclamó el que no hubiera llegado a buscarla para ir al cine.

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